Cuando recibí la noticia de que había heredado la antigua casa de campo de mis abuelos, una mezcla de emociones se asentó en mi estómago. Por un lado, estaba la nostalgia: recordaba los veranos de mi niñez corriendo por los pasillos, el olor de la madera antigua y las tardes jugando con mis primos en el jardín. Pero, por otro lado, me enfrentaba a un gran problema: la casa, contaba ya con más de 95 primaveras y estaba en un estado lamentable. Y no era una casa cualquiera, era una joya arquitectónica con techos de madera tallada a mano y una fachada de piedra única que mis abuelos se habían esforzado por conservar.
Sabía que iba a ser todo un reto, pero no iba a renunciar a ella. Quería restaurarla para convertirla en el hogar de mi familia, pero mantener su esencia era muy importante para mí.
Este proceso me enseñó más de lo que pude imaginar, y aquí os quiero contar cómo afronté todo esto hasta conseguir lo que, en un principio, me parecía imposible.
El techo y sus vistosas vigas de madera
Lo primero que revisé fue el techo. Las vigas de madera, aunque hermosas, tenían signos claros de carcoma. Además, había goteras por todas partes, y las lluvias recientes habían empeorado la situación. Contraté a un carpintero especializado en restauración de estructuras de madera. Su consejo fue retirar las partes más afectadas, aplicar un tratamiento contra insectos y reforzar con vigas nuevas donde fuera necesario, pero siempre respetando el diseño original.
El aislamiento también era un problema. La casa no tenía nada que protegiera del frío, y al estar en una zona rural, las temperaturas invernales eran bajas. En eso no habían caído mis abuelos. Así que decidimos instalar un aislante térmico bajo las tejas para mantener el calor en invierno. No fue barato, pero valió la pena: ahora el techo está completamente restaurado y conserva su aspecto original.
Tuberías oxidadas y fugas
Otro problema que apareció rápidamente fue la fontanería. Las tuberías originales, de hierro galvanizado, estaban oxidadas y apenas funcionaban. Recuerdo que al abrir el grifo de la cocina salió un hilito de agua marrón, acompañado de un ruido extraño, como si el sistema estuviera haciendo un esfuerzo monumental por hacerme llegar el agua. Fue en ese momento cuando entendí que no había otra opción que reemplazarlo entero.
Contraté a un fontanero que, además de todo un profesional, tuvo mucha paciencia conmigo, ya que yo no entendía nada sobre ese tipo de instalaciones. Me explicó que las tuberías de cobre eran una opción resistente y duradera, ideal para una casa como esta. Me dejé otro buen pellizco, pero tenía claro que no valía la pena intentar reutilizar las antiguas, ya que podrían generar más problemas a corto plazo.
Aprovechando que estábamos renovándolo todo, sugerimos modernizar el sistema instalando un filtro en los grifos, ya que aquí el campo tiene mucho sedimento.
El proceso no estuvo exento de anécdotas. Por ejemplo, durante los trabajos, descubrimos que algunas tuberías pasaban por lugares inesperados, como detrás de un armario empotrado que parecía no haber sido movido en décadas. Fue todo un reto sacar ese mueble sin destrozarlo, pero lo logramos y hasta encontramos detrás de una caja con viejas herramientas que mi abuelo había dejado olvidadas.
Ahora, el sistema funciona como un reloj. Es un alivio saber que no habrá sorpresas desagradables, como fugas o tuberías reventadas en pleno invierno. Además, el agua sale cristalina y con buena presión, algo que parece un lujo después de lo que encontramos al principio.
El peligro del sistema eléctrico
Si las tuberías eran un problema, el sistema eléctrico era directamente un peligro. No tenía toma a tierra, y los cables, envueltos en un aislante tan viejo que se desmoronaba al tocarlo, daban miedo. Recuerdo que al probar uno de los interruptores, el foco parpadeaba como si estuviera en una película de terror. Así que esto fue una prioridad absoluta.
Contraté a un electricista especializado en restauraciones, quien me explicó que el sistema estaba obsoleto y representaba un alto riesgo de incendio. Así que decidimos sustituir todo el cableado y adaptarlo a los sistemas actuales. Incluimos una caja de fusibles moderna, con una capacidad suficiente para los electrodomésticos que planeábamos usar, y una conexión a internet bien distribuida, algo indispensable para nosotros.
En este proceso aprendí algo crucial: cuando restauras una casa antigua, nunca se debe escatimar en seguridad. Aunque el sistema eléctrico es algo que no se ve, es muy peligroso tenerlo en mal estado. Una buena instalación eléctrica es completamente indispensable.
Rehabilitando la fachada histórica
La fachada era uno de los mayores retos a los que nos íbamos a enfrentar. Era de piedra, con detalles tallados a mano, pero estaba cubierta de musgo y con muchas grietas visibles, incluso estaba rota por algunas partes. Mi objetivo era conservarla tal cual, arreglando esos pequeños desperfectos, pero necesitaba ayuda profesional para no cometer errores. El problema era que aquello era muy personal para mí, por tanto, quería ser yo el que la rehabilitara. Fue entonces cuando contacté con Geneo, una empresa de rehabilitación de fachadas históricas en Madrid.
Ellos visitaron la casa y me dieron consejos clave que luego aplicaría al detalle. Lo primero fue realizar una limpieza profunda con métodos no abrasivos, como el uso de agua a presión controlada y cepillos suaves para evitar dañar las piedras. Después, me recomendaron un mortero especial para rellenar las grietas que respetara el color y la textura original de la fachada.
Otro consejo valioso fue aplicar un tratamiento hidrófugo. Esto me ayudaría a proteger la piedra de la humedad sin cambiar su apariencia ni sellar los poros, lo que permitiría que la casa respire. Además, insistieron en que utilizara únicamente materiales naturales, ya que las soluciones modernas pueden ser incompatibles con estructuras tan antiguas. Gracias a sus consejos, logré devolverle a la fachada su esplendor sin perder un ápice de su personalidad.
El suelo más desgastado que he visto
Dentro de la casa, el suelo original de barro cocido estaba muy desgastado, con algunas baldosas rotas y otras ausentes. Recordaba lo bonito y rústico que quedaba antaño. Me daba pena verlo en ese estado. Además, las baldosas más dañadas eran un peligro, especialmente para mis hijos pequeños, que estaban emocionados corriendo por todas partes. La solución fue reemplazar las baldosas dañadas por réplicas hechas a mano, algo que, al parecer todavía hacen algunos artesanos. Fue un trabajo meticuloso, ya que cada baldosa nueva debía combinar perfectamente en color y textura con las originales.
Además, aplicamos un tratamiento de sellado para proteger el suelo del uso diario, las manchas y la humedad. El resultado final no solo conservó el aspecto auténtico del suelo, sino que ahora es más funcional y fácil de mantener. Verlo terminado me hizo sentir que habíamos devuelto al hogar parte de su alma original.
La aventura de la mudanza
Finalmente, tras meses de trabajo, llegó el día de la mudanza. Fue un momento lleno de emociones, pero también un caos. Una de las anécdotas más divertidas ocurrió cuando intentábamos llevar el sofá al salón. Era un sofá grande, y la puerta principal, aunque preciosa, era demasiado estrecha. No habíamos contado con eso… Después de varios intentos y muchas risas, tuvimos que desmontarlo completamente y volver a armarlo dentro de la casa.
Mis hijos, mientras tanto, estaban más interesados en explorar los rincones secretos de la casa, convencidos de que encontrarían un tesoro escondido de sus bisabuelos. En un momento, los escuché gritaron emocionados porque habían encontrado «un mapa del tesoro». Cuando fui a ver, resultó ser un viejo plano de la casa, probablemente dibujado por mi abuelo durante alguna remodelación. Decidimos enmarcarlo y ahora cuelga en el pasillo principal.
Otra situación memorable fue con nuestro perro, Pepito. Estaba tan emocionado con el cambio que, mientras llevábamos las cajas al interior, se dedicó a «explorar» el jardín trasero. En algún momento, apareció completamente cubierto de barro después de encontrar una zona húmeda que aún no habíamos arreglado. El señorito se dedicó a manchar toda la casa con sus patitas, hasta que tuvimos que parar y darle un buen baño.
Por si eso no fuera suficiente, intentamos subir el colchón de la cama de matrimonio por la estrecha escalera que conecta con la planta superior. Después de unos veinte minutos de empujones, risas y comentarios como «¡Esto no puede ser más complicado que montar un mueble de IKEA!», terminamos llevándolo por una ventana con ayuda de una cuerda. Fue todo un espectáculo. Sin duda, algo que no debéis olvidar es ajustar los muebles nuevos al tamaño de vuestra nueva casa, por que después os llevaréis sorpresas.
Ya llevamos casi un año aquí, y cada día me siento agradecido de haber tomado esta decisión. Sé que no ha sido fácil, pero devolverle la vida a esta casa ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Ahora, los recuerdos de mi infancia se entremezclan con los momentos que estamos creando como familia, y sé que esta casa seguirá siendo el corazón de nuestra historia durante generaciones.